«La salud no lo es todo, pero sin ella, todo es nada». Así se manifestaba ya el filósofo alemán Schopenhauer en el siglo XIX. Más de cien años después, el valor de la salud sigue percibiéndose como irrenunciable. De hecho, cuatro de cada cinco habitantes europeos reconocen que disfrutar de una buena salud es clave para su calidad de vida. Estos datos llegan de la mano de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo, cuya existencia es –al tiempo– un símbolo fehaciente de que el bienestar se liga también al entorno de trabajo. Así, junto a la inversión en tecnología o maquinaria en el ámbito empresarial se debate cada vez más sobre la promoción de la salud.
En concreto, esta acción fue descrita por la Red Europea de Promoción de la Salud en el Trabajo (ENHWP) en la Declaración de Luxemburgo como una tendencia en la que deben aunarse los esfuerzos de los empresarios, los trabajadores y la sociedad para mejorar la salud en el lugar de trabajo. Más allá de prevenir riesgos laborales, esta promoción busca elevar las capacidades de los empleados para cuidar su salud y, con ello, que la propia empresa sea saludable y sostenible.
En estas circunstancias, nacen las llamadas “empresas saludables”. Se trata de un proyecto de la mencionada ENHHWP que tiene por finalidad reconocer como modelos de buenas prácticas a aquellas entidades empresariales que comulguen con los objetivos preventivos en el trabajo. En el caso español, tanto desde la administración estatal como desde los gobiernos autonómicos se fomenta ya este ámbito, vinculado a la mejora del clima laboral, la motivación y la participación. Además, las iniciativas saludables reportan también logros económicos ligados a la sostenibilidad del proyecto empresarial y del equipo humano. Son, en definitiva, una innovación que cuida la productividad y mejora la competitividad.
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