El invento del motor es un fiel reflejo de la innovación tecnológica. Constituye una parte esencial de cualquier tipo de maquinaria industrial pues, gracias a él, funcionan todo tipo de sistemas. La energía empleada procede de diferentes fuentes: eléctrica, térmica, combustibles fósiles o fuerzas naturales. Precisamente los motores hidráulicos fueron los primeros en aparecer en la historia de la humanidad; se remontan al siglo I. Les siguen los eólicos, como los empleados en los molinos, de cuyo empleo existen fuentes datadas en el año 600.
En el siglo XVIII aparece por fin un prodigio de la tecnología, la máquina de vapor inventada por Thomas Newcomen. En 1770 el militar Nicolas-Joseph Cugnot incorpora este motor a una carreta y en 1782 James Watt lo mejora ostensiblemente. No es hasta mediados del XIX cuando aparece el motor de combustión interna. Englobado dentro de los térmicos, en su interior se produce una transformación de una energía química a otra térmica, de modo que lo que se obtiene es energía mecánica. Como combustibles principales se hallan el petróleo o el gas. Por su parte, en los motores de combustión externa la energía mecánica proviene de una calorífica.
En 1877, Nikolaus Otto fabrica un motor de cuatro tiempos y en 1883 se desarrolla el motor de combustión interna. A finales del XIX se crea el primer motor eléctrico, cuya corriente se genera a partir de una turbina a vapor. En 1892, el motor diésel, una variedad del motor térmico, revoluciona el panorama industrial. Como combustible se emplea principalmente el fuel oil, el mismo aceite empleado para encender las farolas callejeras. En la década de los treinta llega el primer motor a reacción. Dentro de sus repuestos de maquinaria se hace indispensable el turboventilador, obligatorio en los aviones. El motor ha constituido, por tanto, una pieza esencial del sector industrial, la maquinaria en general o la construcción.