Los inventos a lo largo de la historia no siempre han sido bien recibidos. La innovación tecnológica ha supuesto en muchos casos una ruptura con lo existente, lo que ocasionaba miedo ante lo desconocido. Por ejemplo, la llegada de la nueva maquinaria industrial durante la revolución era despreciada porque se pensaba que iban a reducirse los puestos de trabajo. Sin embargo, los sectores de recambios de maquinaria y de la maquinaria de demolición han visto, gracias a la innovación, cómo han mejorado su rendimiento en los últimos años.
Si se habla de revolución, en el siglo XIX hay que detenerse en la que supuso el ferrocarril. Sus detractores se basaban en suposiciones (que hoy en día se ven como irrisorias) para rechazarlo: sostenían que a más de 50 km por hora se empezaría a sangrar por la nariz y los ojos, y que los pasajeros morirían asfixiados en los túneles.
La imprenta, al principio, sí fue amablemente acogida. El problema surgió cuando los jóvenes comenzaron a aficionarse a la lectura y comenzaron a aislarse en sus habitaciones. Los médicos predijeron que este hábito de lectura provocaría hemorroides, asma o miopía.
Con la llegada del cine, se temían los efectos de la velocidad de la luz sobre el sistema nervioso. A la televisión se la tachó como un elemento que hundiría al cine y a las relaciones familiares; y, en la actualidad, son los videojuegos los que reciben críticas al ser considerados en muchos casos «violentos».
Algunos pueden pensar que la innovación tecnológica no siempre se utilizó con buenos fines: las bombas nucleares son un buen ejemplo de ello. Los movimientos ecologistas, en esa misma línea, denuncian que los avances suponen en muchas ocasiones la destrucción de la naturaleza. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que los avances tecnológicos han supuesto hitos en la historia de la humanidad y son sinónimo, muchas veces, de progreso.
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