Aunque la innovación tecnológica no deja de incorporar nuevos avances a la maquinaria de demolición, este sigue siendo un trabajo complejo que exige una detallada planificación para evitar accidentes.
Con una altura de 186 metros y 47 pisos, el Edificio Singer, uno de los primeros rascacielos de Nueva York, aún conserva el récord de haber sido el edificio más alto demolido de forma pacífica. Durante un año, desde agosto de 1967 a 1968, decenas de trabajadores fueron desmantelándolo lentamente. Grúas y otra maquinaria industrial son las herramientas más empleadas para este tipo de tareas, a parte de las emblemáticas bolas de demolición.
Muchas empresas se atribuyen el mérito de haber inventado la bola de demolición, pero lo único que se tiene claro es que comenzó a utilizarse a finales del siglo XIX. Fabricadas en hierro forjado y con un peso que oscila entre los 450 y los 5.400 kilogramos, las bolas de demolición fueron muy utilizadas en los años cincuenta y sesenta. Actualmente su uso ha disminuido, pero se siguen empleando en casos en que la demolición por explosivos no es posible debido a la presencia de asbestos u otros problemas medioambientales. Curiosamente, los últimos recambios de esta maquinaria tienen forma de pera más que de bola.
La implosión mediante explosivos permite demoler grandes estructuras en pocos segundos, pero exige una detallada preparación previa y un largo trabajo posterior de recogida de escombros. Antes de proceder a su voladura mediante nitroglicerina y TNT, se retiran todos los objetos de valor del edifico, incluido el cableado de cobre. También se desmantelan todos los vidrios y otros materiales que pudieran salir disparados como proyectiles durante la voladura. El mayor edificio demolido mediante este sistema fueron los grandes almacenes Hudson, en 1998 en Detroit: tenían 133,8 metros de altura y una superficie de 204.000 metros cuadrados. Sin duda, una curiosidad desconocida para muchos.